martes, 29 de mayo de 2012

Discurso de graduación promoción 10/12


Buenas noches,  bienvenidos a todos y gracias por vuestra asistencia.

Nos reunimos esta noche aquí para compartir un momento muy especial: la graduación de la primera promoción de alumnos del “Galileo Galilei”. Un año más tenemos el privilegio de ser testigos  del final de una etapa importante en vuestra vida y, por ello,  nos llena de satisfacción ser partícipes de este momento irrepetible, porque aunque son muchos los alumnos que a lo largo de nuestra vida profesional han culminado sus estudios de bachillerato, cada promoción es única.

            Aún recuerdo aquel 15 de septiembre, tan lejano en el tiempo y tan cercano en la memoria; ése fue el inicio de nuestra andadura juntos; ha sido un curso duro e intenso que ha exigido lo mejor de nosotros mismos, profesores y alumnos. Pero el tiempo pasa porque nada eterno y hoy, como en infinidad de ocasiones os he repetido en clase, gracias al trabajo, al esfuerzo y a la constancia, llega la ansiada recompensa. Son muchas las personas que han contribuido en vuestra educación y se han esforzado en todo momento en hacer posible que hoy podáis estar aquí, como vuestros padres o vuestros profesores, pero sobre todo, habéis sido y seréis, de aquí en adelante, vosotros mismos los responsables de hacer realidad vuestros sueños: vosotros sois los protagonistas de vuestra historia personal.

            Hoy comienza para vosotros una nueva etapa que os deparará nuevos retos y experiencias. Recordad que “lo mejor está aún por llegar”. Confío en que siempre guardéis un buen recuerdo de los años que habéis pasado en este Centro, cuya historia habéis contribuido a forjar y donde siempre habrá un lugar para vosotros.

            Por último, quisiera compartir con todos los presentes unas palabras de Paulo Coelho, que hago mías,  en las que define la figura del “maestro”:

 “No es aquel que enseña algo, sino aquel que inspira al alumno para que dé lo mejor de sí mismo y descubra lo que ya sabe. […] El maestro jamás le dice a su discípulo lo que debe hacer. Sólo son compañeros de viaje, que comparten la misma y difícil sensación de extrañeza ante las percepciones que cambian sin parar, los horizontes que se abren, las puertas que se cierran, los ríos que a veces parecen entorpecer el camino, pero que en realidad no deben ser atravesados, sino recorridos. […] El verdadero maestro provoca en el discípulo la valentía para desequilibrar su mundo, aunque también recele de las cosas que ha encontrado, y recele todavía más de los que le reserva la siguiente curva.”

Gracias por dar sentido a nuestro trabajo y ánimo para afrontar retos futuros.

lunes, 14 de septiembre de 2009

La batalla de Clara


¡La vida es tan maravillosa! Ahora mismo tengo todo lo que podría desear: unos padres comprensivos, que me escuchan, me apoyan en todo momento, y, pese a discutir muchas veces con ellos, sé que me quieren y que siempre estarán ahí cuando los necesite. Han hecho un gran esfuerzo para poder costear mis estudios y darnos, a mi hermana y a mí, todo lo que queremos, aunque yo procuro no abusar de su generosidad y su entrega. No les importa tener que sacrificarse por nosotras, porque nosotras somos para ellos lo más importante. En el instituto todos mis profesores están muy satisfechos con mi trabajo: saco muy buenas notas, porque quiero tener una carrera el día de mañana y así poder permitirme algo más en la vida. Me gustaría estudiar Derecho; debe ser estupendo poder ayudar a los demás. Siempre me han encantado las películas de abogados y, desde que era una niña, he tratado de defender nuestros derechos ante los padres y los profesores (quizás por eso todos mis compañeros querían que fuera la delegada año tras año). Lo tengo decidido: en cuanto termine en el instituto de mi pueblo, me alquilaré con mis amigas un piso en Sevilla y me iré allí a estudiar. ¡Qué guay! Podremos salir juntas los fines de semana y hacer cosas muy distintas de las que solemos hacer aquí, porque, la verdad, a veces este pueblo es muy aburrido. Lo único que pasa es que no podré ver a mi novio todos los días, pero, bueno, él se saca el carnet de conducir y ya está, asunto resuelto. Luego, cuando termine la carrera, a trabajar. Entonces me casaré y tendré hijos, porque a mí me encantan los niños pequeños.
Pero todos estos proyectos en los que Clara pensaba una y otra vez, todas estas ilusiones que la hacían tan feliz, se vieron truncados cuando apareció Anorexia; su vida había dejado de ser una maravilla para convertirse en una auténtica pesadilla, una lucha encarnizada entre ella misma y la enfermedad. De ser una persona sociable y cariñosa, pasó a ser solitaria y agresiva; se encontraba atrapada por un mundo de aislamiento.
Todos los días la misma rutina, el mismo pensamiento la invadía desde que abría sus ojos al ser del día: la báscula; hay que ganarle la batalla. Su percepción de la realidad estaba distorsionada y no conseguía frenar esta situación: “Si tomo algo para desayunar, engordaré y no me sentiré bien porque tendré cargo de conciencia durante todo el día por este acto tan imperdonable, pero si no lo hago, tampoco seré feliz, porque realmente siento la necesidad de comer algo.” El mismo dilema durante el almuerzo y la cena, y así día tras día, implacablemente. La salida del túnel cada vez estaba más lejos. Daba igual que hubiera reducido su peso hasta los 44 kilos, porque ella seguía sin verse bien. Si tomaba algo, por supuesto debía ser light y, aunque sólo tuviera pocas calorías (no había una sola etiqueta de algún alimento que no estudiara exhaustivamente antes de consumirlo), era estrictamente necesario quemarlas mediante algún intenso e inmediato ejercicio físico. Clara había perdido toda su alegría y ahora tenía un carácter agrio, seco, irascible e irritable; su humor cambiaba en un mismo día y pasaba de estados de euforia a otros depresivos.
En casa el ambiente era ya verdaderamente insostenible. Todos los días se hacía la misma pregunta: “¿Cómo hacer para comer a solas, sin que mi madre me vigile? ¿Cómo mentir a mi familia para ocultarles que apenas pruebo bocado? ¿Cómo evitar a toda costa que me repitan el sermón de siempre? Que si debo comer más, que me estoy perjudicando, que me van a tener que ingresar, que ya no puedo continuar así, ¡vaya rollo!” Las excusas se agotaban ya; de nada servía el pretexto de que ella había comido antes que los demás, ni que no tenía hambre, ni que tenía molestias en el estómago, ni que iba al gimnasio y no podía comer mucho porque se sentía entonces muy pesada… todo eso no eran más que excusas. Nadie la creía: ni su novio, ni sus amigas, ni sus padres, y cuanto más se preocupaban por ella quienes la amaban, más cruel y despiadada se mostraba con todos. Ellos trataban de dialogar con Clara por todos los medios posibles, pretendían hacerla entrar en razón, explicarle que era una chica estupenda, hacerle comprender que se estaba jugando la vida, pero de nada servía todo su esfuerzo. El círculo se estrechaba cada vez más: dejó de ir al instituto y comenzó a alejarse de su novio y de todas sus amigas. Tanto llegó a aislarse, que un día ni siquiera fue capaz de levantarse de la cama. Tocó fondo.

Hay miles de Claras que se enfrentan a esta enfermedad y que deben librar una dura batalla diaria sobre todo contra sí mismas. En sus manos, y con la inestimable ayuda de los demás, está el final de esta historia. ¡Ojalá en la vida real ese final pueda ser tan esperanzador como lo es en la ficción!

viernes, 31 de julio de 2009

¡GUAU, GUAU!


Lo confieso: los animales son mi debilidad, y especialmente los perros; siempre ha sido así y así seguirá siendo siempre, por muy vieja que me haga . Recuerdo cuando no tenía más de 10 años que todos los veranos llegaban a la urbanización en la que vivía muchos animales abandonados por los desalmados de sus dueños: me daba miedo andar por las calles por la presión sentimental a la que me veía sometida. Por aquel entonces, yo solía salir en pandilla con un grupo de chicas, todas de la misma edad aproximadamente, entre las que se habían creado lazos bastante estrechos, pues hacía relativamente poco que todas habíamos pasado por la traumática experiencia de una mudanza; solíamos quedar para pasear o jugar juntas.
Terry caló muy hondo en nosotras. Era un cachorro de color canela, pero su mirada, tan tierna, tan inocente, tan desamparada, tan expectante y ansiosa de cualquier pequeña migaja de cariño, tan noble y alegre, me traspasaba el alma; era inútil cualquier intento de resistirse ante sus manifestaciones de afecto, así que sucumbimos. Acordamos hacernos cargo de él y lo llevamos a "los pisos rotos", nombre con el que eran conocidos por aquel entonces dos bloques de nuestra urbanización que por algún problema con la empresa constructora no fueron habitados y padecieron ciertos actos de vandalismo. Le llevábamos comida, mantas, y hasta lo desparasitamos guiándonos de la experiencia de África, que era la única de nosotras que tenía perro. Allí pasábamos las horas, sin importarnos ni la piscina ni el paseo taciturno. El secreto no pudo estar a salvo durante mucho tiempo, así que finalmente, tras llamar a la Sociedad Protectora de Animales para intentar que le garantizaran a nuestro nuevo amigo un futuro, fuimos abatidos por el demoledor mundo de los adultos, de un realismo aplastante. Aún hoy recuerdo la amargura de la despedida. Desde entonces me repetía a mí misma una y otra vez que cuando fuera mayor tendría un enorme chalet para poder recoger a todos los perros abandonados que encontrara, pero mientras tanto sólo podría alimentarme de todas las batallitas que mis padres me contaban de mi infancia con Odín, el perro de mi padre, que no hacían más que acrecentar mis ansias.
Tener un perro se convirtió en una de las ilusiones de mi vida, pero por el momento no podía ser; esa era la frase que con mayor insitencia escuchaba decir a mis padres. No me quedaba más remedio que conformarme con los pájaros que mi padre, muy aficionado a ellos, criaba en esas jaulas enormes que ocupaban toda la terraza del antiguo piso de San Juan de Aznalfarache, aunque con el tiempo, no sé bien si debido a las continuas presiones de mi madre o por desidia, aquello también terminó. De todo aquello recuerdo especialmente a dos jilgueros, a los cuales bauticé como Manchita, por su cresta oscura sobre la cabeza, y Piticlín, nombre onomatopéyico surgido por su canto tan particular, y un jamás muy simpático y alegre que se llamaba Gordo.

Algo más tarde apareció Pulgui, un gato siamés que nos acompañó en la familia durante unos diez años. Conservo en la memoria muchas de las anécdotas vividas con él, pero Urco ha eclipsado todas ellas. ¡Mi Urquito, Urquete, Urquilín y demás apelativos cariñosos, o Yiyi, que lo llamábamos muchas veces! ¡Cuánto nos diste! Hace ya tres años que te fuiste y aún te sigo viendo en tus rincones favoritos; aún escucho esas carreritas por el pasillo y todo ese repertorio de ladridos, aún siento tus patitas sobre mis rodillas a la hora de comer, tu arito sobre mi regazo, tu aliento cuando duermo, o tus lametones a todas horas, porque todo te parecía poco para nosotros, así de agradecido eras; incluso cuando cierro los ojos, puedo olerte y sentir el tacto de tu collar blaco en el cuello sobre mi rostro y mis labios (ése era mi lugar favorito, ¿lo recuerdas?). ¡Cuánto te extraño todavía! ¡Cuánto añoro esos pellizcos en los belfos, o ese rabillo moviéndose a toda velocidad (Pilitas que te decíamos)! ¡Qué de anécdotas: los baños y tu cara de paciente sufridor resignado, el descubrimiento de la playa, la desparición de la bandeja de las coliflores aliñadas y de los filetes de ternera, los juegos con las naranjas caídas de los árboles, los paseos en coche camino del césped, los disfraces, especialmente el de hebreo, tu historial médico con el que siempre bromeábamos, la gasolinera de Chucena, o tu trapito a las 11 de la noche! Nos has dejado un vacío irremplazable.

Me pregunto cómo es posible que haya quien disfrute haciendo daño a los animales de manera tan gratuita y, más aún si cabe, cómo es posible que las penas para aquellos desalmados que abusan de ellos y los explotan sean tan ridículas; los usan para ganar dinero en peleas organizadas, para ocultar drogas, para divertirse a su costa en numerosas fiestas, los maltratan y los abandonan a su merced y ¿aquí no pasa nada? Sencillamente, no lo entiendo. ¡Cuánto tendríamos que aprender de ellos! ¡Si sólo les falta hablar!

A MI URCO, COMPAÑERO INOLVIDABLE

jueves, 30 de julio de 2009

EL ARTE DE ESCRIBIR: LECCIÓN 3


Estimado lector:

En esta tercera entrega de este apasionante arte de escribir quisiera advertir de los múltiples peligros y obstáculos que pueden sobrevenir a lo largo del camino y a los cuales hemos de hacer frente, pues nadie está exento de contratiempos o desavenencias durante la faena.
En primer lugar, es necesario eliminar cualquier barrera, ya sea física o psicológica, entre el emisor y el receptor del texto, pues sólo así podremos conseguir la adhesión del mismo; no olvidemos que en esto consiste la persuasión. Para ello es esencial mantener la concentración a fin de evitar cualquier posible interferencia que surja entre ambos participantes, esto es, una correcta fluidez de pensamiento por parte del emisor del texto, así como una actitud abierta y receptiva por parte del destinatario del mismo ante las ideas vertidas en él. En ocasiones es posible que la fluidez del discurrir del emisor se vea afectada de algún modo por algún cruce de ideas, tremendamente improcedente o molesto, que podría llegar a ser incluso perturbador. Si esto llegara a suceder, significaría que no es el momento adecuado para tales menesteres, con lo cual habría que esperar un tiempo prudencial para retomar el asunto. Si cuando lo intentáramos de nuevo volviera a suceder lo mismo, tendríamos que ir pensando en abandonar este oficio y dedicarnos a otro, porque realmente estamos demostrando nuestra incompetencia o, mejor dicho, impotencia. Por lo que respecta a las interferencias físicas, si éstas llegaran a producirse, no cabría más opción que cambiar el lugar donde transcurre la acción, nada que un ingenio que se precie no pueda solventar en el acto. Si tampoco así funcionara la cosa, yo no lo volvería a intentar, so pena de ser tildado de incompetente o, como dijimos más arriba, impotente.
Igualmente, pudiera darse el caso de que sufriéramos algún parón o estancamiento en pleno proceso creativo y/o productivo. Si se diera tal circunstancia, nos remitimos a la lección número 2 de este tratado, donde ya quedaron expuestos algunos consejos acerca de la motivación, factor vital y determinante para conducir y concluir exitosamente este propósito. ¡No hay tarea que se resista ante una buena motivación, capaz de disolver todo tipo de trabas, ya naturales, ya artificiales!
No olvides tener sumo cuidado con las ideas que expones, pues éstas cuando penetran en la mente del receptor, sujeta a su situación particular –toda una casuística, por cierto-, en ocasiones generan malas interpretaciones o ambigüedades; asegúrate de que tu mensaje se interpreta correcta y adecuadamente.
Por último, querido amigo, una advertencia; ni qué decir tiene que esto de escribir, ahondando en las comparaciones establecidas que tan sólo una mente inteligente como la tuya puede alcanzar a comprender, provoca adicción. Si esto llegara a suceder, no olvides que una buena retirada a tiempo es mejor que ser tildado de impoten...
Mil gracias por tu inestimable atención y receptividad. Confío en que estas pautas elementales te sean útiles a lo largo de tu camino por el “Arte de escribir”. Anímate, no es tan difícil. ¿Te atreves a intentarlo?

miércoles, 29 de julio de 2009

EL ARTE DE ESCRIBIR: LECCIÓN 2


Estimado lector:

Como lo prometido es deuda, he aquí la segunda entrega de este apasionante arte de escribir. Hoy voy a enseñarte las múltiples ventajas que posee y lo muy beneficiosa que resulta para la salud, tanto física como mental.
Comenzaremos analizando los beneficios físicos que reporta la práctica de esta actividad; así, y redundando en la comparación ya establecida en la lección número 1 entre este arte y el sexo, disminuye el estrés, contribuye al desarrollo de los músculos que intervienen como instrumentos de la acción, mejora enormemente la circulación sanguínea y proporciona un bienestar interior único. Entre los beneficios psicológicos, no te puedes imaginar cuán liberadora puede llegar a ser esta tarea; las tensiones y angustias que moran en el fondo del alma se alivian una vez impresas éstas en el papel y es así como escribir puede llegar a desempeñar esa función catártica tan bien recibida por el espíritu del sujeto que las alberga en su interior. Es por ello por lo que contribuye a un mayor autoconocimiento del individuo, pues se hace necesaria previamente la introspección del sujeto en sus sentimientos, emociones e ideas.
¡Y qué decir de las muchas facultades comunicativas que contribuye igualmente a desarrollar! Así, al igual que el sexo, mejora la comunicación entre los participantes en el acto; una comunicación fluida entre los participantes que intervienen afianza los lazos interpersonales, produciéndose entre los mismos un vínculo muy estrecho. Asimismo, el desarrollo de las habilidades lingüísticas conlleva un aumento significativo de la creatividad del individuo.
Como todo en la vida, no sólo en el sexo o en esta ardua tarea de escribir, es necesario hacer diversas pruebas y borradores, así como múltiples ensayos y autocorrecciones hasta dar finalmente con el modelo definitivo que será puesto en práctica; dicho modelo dependerá exclusivamente del gusto de los consumidores. En consecuencia, la capacidad crítica del individuo, así como su nivel de autoexigencia, se verá incrementada de manera vertiginosa. Una vez fijado, memorizado y aprehendido ese esquema definitivo, ya todo es cuestión de aplicarlo; cuanto más lo practiquemos, mayor dominio tendremos del mismo y tanta mayor la destreza que habremos adquirido.
La mejor recompensa: la satisfacción personal del trabajo bien hecho una vez concluida la actividad que nos ocupa. Bien, estimado lector, finaliza aquí esta segunda entrega del arte de escribir, pero amenazo con una última para que puedas perfeccionar tu técnica.

martes, 28 de julio de 2009

EL ARTE DE ESCRIBIR: LECCIÓN 1


Estimado lector:

Pretendo en estas líneas esbozar algunos consejos útiles para todo aquel inexperto que desee aventurarse en estas lides de la escritura. En primer lugar, hay que tener una razón u objetivo para ello; a continuación, trataríamos de desarrollar el tema que nos ocupa. Bien. Esto de la palabra es como el sexo o comer pipas: todo es cuestión de empezar, que es lo que más cuesta, pero después, una vez metido en faena, todo viene rodado, de modo que ya no se puede parar (hay quienes incluso llegan a hacerlo de forma totalmente mecánica, rutinaria o automatizada). Para obtener éxito en tu empresa, es fundamental mantener en todo momento una buena motivación, esto es, tratar de evitar que decaiga el interés en los asuntos tratados a fin de que el “ejercicio” discurra de manera fluida. Otro factor determinante que garantiza la satisfacción de este quehacer es sin duda el ritmo, cuestión en la que hay opiniones diversas, pues para algunos un ritmo constante, ya sea pausado o ágil, proporciona un gran placer en esta ardua tarea, mientras que otros prefieren variar dicho ritmo de vez en cuando, introduciendo algunas variantes que amenicen la labor. Qué duda cabe de que lo más importante es siempre hacer y decir lo que uno quiere, pero es aún mucho más placentero si además se divierte con ello, como yo estoy, por ejemplo, disfrutando ahora mismo con este discurso que espero sea ilustrativo incluso para mentes masculinas. Tómese ahora, querido lector, algún tiempo para reflexionar e interiorizar estos pequeños consejos, que seguro lo necesitará. Próximamente la segunda lección de este arte tan apasionante de escribir.

jueves, 23 de julio de 2009

ESCAPADA A CÁCERES VII


EPÍLOGO: LA PROMESA

Han transcurrido ya algunos días desde que perpetué en este blog todas las sensaciones y pensamientos que quedaron grabados en mí. Recordarlos me permite revivirlos y mi fascinación por ti, Cáceres, va acrecentándose con cada momento evocado. Has sido todo un hallazgo.

La partida fue amarga; a medida que me alejaba, la nostalgia se iba apoderando de mí. Me invadía la sensación de estar perdiéndome ¡tantísimas cosas que aún me quedan por descubrir! ¡Dejaba atrás tantas esencias que sentía formaban ya parte de mí!

Pero esto no es un adiós, Cáceres, sino un hasta pronto, pues tengo el total convencimiento de que regresaré y tú, nuevamente, volverás a acogerme en tus tierras, deslumbrándome al revelarme todos los encantos ocultos que atesoras. Es una promesa.