lunes, 14 de septiembre de 2009

La batalla de Clara


¡La vida es tan maravillosa! Ahora mismo tengo todo lo que podría desear: unos padres comprensivos, que me escuchan, me apoyan en todo momento, y, pese a discutir muchas veces con ellos, sé que me quieren y que siempre estarán ahí cuando los necesite. Han hecho un gran esfuerzo para poder costear mis estudios y darnos, a mi hermana y a mí, todo lo que queremos, aunque yo procuro no abusar de su generosidad y su entrega. No les importa tener que sacrificarse por nosotras, porque nosotras somos para ellos lo más importante. En el instituto todos mis profesores están muy satisfechos con mi trabajo: saco muy buenas notas, porque quiero tener una carrera el día de mañana y así poder permitirme algo más en la vida. Me gustaría estudiar Derecho; debe ser estupendo poder ayudar a los demás. Siempre me han encantado las películas de abogados y, desde que era una niña, he tratado de defender nuestros derechos ante los padres y los profesores (quizás por eso todos mis compañeros querían que fuera la delegada año tras año). Lo tengo decidido: en cuanto termine en el instituto de mi pueblo, me alquilaré con mis amigas un piso en Sevilla y me iré allí a estudiar. ¡Qué guay! Podremos salir juntas los fines de semana y hacer cosas muy distintas de las que solemos hacer aquí, porque, la verdad, a veces este pueblo es muy aburrido. Lo único que pasa es que no podré ver a mi novio todos los días, pero, bueno, él se saca el carnet de conducir y ya está, asunto resuelto. Luego, cuando termine la carrera, a trabajar. Entonces me casaré y tendré hijos, porque a mí me encantan los niños pequeños.
Pero todos estos proyectos en los que Clara pensaba una y otra vez, todas estas ilusiones que la hacían tan feliz, se vieron truncados cuando apareció Anorexia; su vida había dejado de ser una maravilla para convertirse en una auténtica pesadilla, una lucha encarnizada entre ella misma y la enfermedad. De ser una persona sociable y cariñosa, pasó a ser solitaria y agresiva; se encontraba atrapada por un mundo de aislamiento.
Todos los días la misma rutina, el mismo pensamiento la invadía desde que abría sus ojos al ser del día: la báscula; hay que ganarle la batalla. Su percepción de la realidad estaba distorsionada y no conseguía frenar esta situación: “Si tomo algo para desayunar, engordaré y no me sentiré bien porque tendré cargo de conciencia durante todo el día por este acto tan imperdonable, pero si no lo hago, tampoco seré feliz, porque realmente siento la necesidad de comer algo.” El mismo dilema durante el almuerzo y la cena, y así día tras día, implacablemente. La salida del túnel cada vez estaba más lejos. Daba igual que hubiera reducido su peso hasta los 44 kilos, porque ella seguía sin verse bien. Si tomaba algo, por supuesto debía ser light y, aunque sólo tuviera pocas calorías (no había una sola etiqueta de algún alimento que no estudiara exhaustivamente antes de consumirlo), era estrictamente necesario quemarlas mediante algún intenso e inmediato ejercicio físico. Clara había perdido toda su alegría y ahora tenía un carácter agrio, seco, irascible e irritable; su humor cambiaba en un mismo día y pasaba de estados de euforia a otros depresivos.
En casa el ambiente era ya verdaderamente insostenible. Todos los días se hacía la misma pregunta: “¿Cómo hacer para comer a solas, sin que mi madre me vigile? ¿Cómo mentir a mi familia para ocultarles que apenas pruebo bocado? ¿Cómo evitar a toda costa que me repitan el sermón de siempre? Que si debo comer más, que me estoy perjudicando, que me van a tener que ingresar, que ya no puedo continuar así, ¡vaya rollo!” Las excusas se agotaban ya; de nada servía el pretexto de que ella había comido antes que los demás, ni que no tenía hambre, ni que tenía molestias en el estómago, ni que iba al gimnasio y no podía comer mucho porque se sentía entonces muy pesada… todo eso no eran más que excusas. Nadie la creía: ni su novio, ni sus amigas, ni sus padres, y cuanto más se preocupaban por ella quienes la amaban, más cruel y despiadada se mostraba con todos. Ellos trataban de dialogar con Clara por todos los medios posibles, pretendían hacerla entrar en razón, explicarle que era una chica estupenda, hacerle comprender que se estaba jugando la vida, pero de nada servía todo su esfuerzo. El círculo se estrechaba cada vez más: dejó de ir al instituto y comenzó a alejarse de su novio y de todas sus amigas. Tanto llegó a aislarse, que un día ni siquiera fue capaz de levantarse de la cama. Tocó fondo.

Hay miles de Claras que se enfrentan a esta enfermedad y que deben librar una dura batalla diaria sobre todo contra sí mismas. En sus manos, y con la inestimable ayuda de los demás, está el final de esta historia. ¡Ojalá en la vida real ese final pueda ser tan esperanzador como lo es en la ficción!

viernes, 31 de julio de 2009

¡GUAU, GUAU!


Lo confieso: los animales son mi debilidad, y especialmente los perros; siempre ha sido así y así seguirá siendo siempre, por muy vieja que me haga . Recuerdo cuando no tenía más de 10 años que todos los veranos llegaban a la urbanización en la que vivía muchos animales abandonados por los desalmados de sus dueños: me daba miedo andar por las calles por la presión sentimental a la que me veía sometida. Por aquel entonces, yo solía salir en pandilla con un grupo de chicas, todas de la misma edad aproximadamente, entre las que se habían creado lazos bastante estrechos, pues hacía relativamente poco que todas habíamos pasado por la traumática experiencia de una mudanza; solíamos quedar para pasear o jugar juntas.
Terry caló muy hondo en nosotras. Era un cachorro de color canela, pero su mirada, tan tierna, tan inocente, tan desamparada, tan expectante y ansiosa de cualquier pequeña migaja de cariño, tan noble y alegre, me traspasaba el alma; era inútil cualquier intento de resistirse ante sus manifestaciones de afecto, así que sucumbimos. Acordamos hacernos cargo de él y lo llevamos a "los pisos rotos", nombre con el que eran conocidos por aquel entonces dos bloques de nuestra urbanización que por algún problema con la empresa constructora no fueron habitados y padecieron ciertos actos de vandalismo. Le llevábamos comida, mantas, y hasta lo desparasitamos guiándonos de la experiencia de África, que era la única de nosotras que tenía perro. Allí pasábamos las horas, sin importarnos ni la piscina ni el paseo taciturno. El secreto no pudo estar a salvo durante mucho tiempo, así que finalmente, tras llamar a la Sociedad Protectora de Animales para intentar que le garantizaran a nuestro nuevo amigo un futuro, fuimos abatidos por el demoledor mundo de los adultos, de un realismo aplastante. Aún hoy recuerdo la amargura de la despedida. Desde entonces me repetía a mí misma una y otra vez que cuando fuera mayor tendría un enorme chalet para poder recoger a todos los perros abandonados que encontrara, pero mientras tanto sólo podría alimentarme de todas las batallitas que mis padres me contaban de mi infancia con Odín, el perro de mi padre, que no hacían más que acrecentar mis ansias.
Tener un perro se convirtió en una de las ilusiones de mi vida, pero por el momento no podía ser; esa era la frase que con mayor insitencia escuchaba decir a mis padres. No me quedaba más remedio que conformarme con los pájaros que mi padre, muy aficionado a ellos, criaba en esas jaulas enormes que ocupaban toda la terraza del antiguo piso de San Juan de Aznalfarache, aunque con el tiempo, no sé bien si debido a las continuas presiones de mi madre o por desidia, aquello también terminó. De todo aquello recuerdo especialmente a dos jilgueros, a los cuales bauticé como Manchita, por su cresta oscura sobre la cabeza, y Piticlín, nombre onomatopéyico surgido por su canto tan particular, y un jamás muy simpático y alegre que se llamaba Gordo.

Algo más tarde apareció Pulgui, un gato siamés que nos acompañó en la familia durante unos diez años. Conservo en la memoria muchas de las anécdotas vividas con él, pero Urco ha eclipsado todas ellas. ¡Mi Urquito, Urquete, Urquilín y demás apelativos cariñosos, o Yiyi, que lo llamábamos muchas veces! ¡Cuánto nos diste! Hace ya tres años que te fuiste y aún te sigo viendo en tus rincones favoritos; aún escucho esas carreritas por el pasillo y todo ese repertorio de ladridos, aún siento tus patitas sobre mis rodillas a la hora de comer, tu arito sobre mi regazo, tu aliento cuando duermo, o tus lametones a todas horas, porque todo te parecía poco para nosotros, así de agradecido eras; incluso cuando cierro los ojos, puedo olerte y sentir el tacto de tu collar blaco en el cuello sobre mi rostro y mis labios (ése era mi lugar favorito, ¿lo recuerdas?). ¡Cuánto te extraño todavía! ¡Cuánto añoro esos pellizcos en los belfos, o ese rabillo moviéndose a toda velocidad (Pilitas que te decíamos)! ¡Qué de anécdotas: los baños y tu cara de paciente sufridor resignado, el descubrimiento de la playa, la desparición de la bandeja de las coliflores aliñadas y de los filetes de ternera, los juegos con las naranjas caídas de los árboles, los paseos en coche camino del césped, los disfraces, especialmente el de hebreo, tu historial médico con el que siempre bromeábamos, la gasolinera de Chucena, o tu trapito a las 11 de la noche! Nos has dejado un vacío irremplazable.

Me pregunto cómo es posible que haya quien disfrute haciendo daño a los animales de manera tan gratuita y, más aún si cabe, cómo es posible que las penas para aquellos desalmados que abusan de ellos y los explotan sean tan ridículas; los usan para ganar dinero en peleas organizadas, para ocultar drogas, para divertirse a su costa en numerosas fiestas, los maltratan y los abandonan a su merced y ¿aquí no pasa nada? Sencillamente, no lo entiendo. ¡Cuánto tendríamos que aprender de ellos! ¡Si sólo les falta hablar!

A MI URCO, COMPAÑERO INOLVIDABLE

jueves, 30 de julio de 2009

EL ARTE DE ESCRIBIR: LECCIÓN 3


Estimado lector:

En esta tercera entrega de este apasionante arte de escribir quisiera advertir de los múltiples peligros y obstáculos que pueden sobrevenir a lo largo del camino y a los cuales hemos de hacer frente, pues nadie está exento de contratiempos o desavenencias durante la faena.
En primer lugar, es necesario eliminar cualquier barrera, ya sea física o psicológica, entre el emisor y el receptor del texto, pues sólo así podremos conseguir la adhesión del mismo; no olvidemos que en esto consiste la persuasión. Para ello es esencial mantener la concentración a fin de evitar cualquier posible interferencia que surja entre ambos participantes, esto es, una correcta fluidez de pensamiento por parte del emisor del texto, así como una actitud abierta y receptiva por parte del destinatario del mismo ante las ideas vertidas en él. En ocasiones es posible que la fluidez del discurrir del emisor se vea afectada de algún modo por algún cruce de ideas, tremendamente improcedente o molesto, que podría llegar a ser incluso perturbador. Si esto llegara a suceder, significaría que no es el momento adecuado para tales menesteres, con lo cual habría que esperar un tiempo prudencial para retomar el asunto. Si cuando lo intentáramos de nuevo volviera a suceder lo mismo, tendríamos que ir pensando en abandonar este oficio y dedicarnos a otro, porque realmente estamos demostrando nuestra incompetencia o, mejor dicho, impotencia. Por lo que respecta a las interferencias físicas, si éstas llegaran a producirse, no cabría más opción que cambiar el lugar donde transcurre la acción, nada que un ingenio que se precie no pueda solventar en el acto. Si tampoco así funcionara la cosa, yo no lo volvería a intentar, so pena de ser tildado de incompetente o, como dijimos más arriba, impotente.
Igualmente, pudiera darse el caso de que sufriéramos algún parón o estancamiento en pleno proceso creativo y/o productivo. Si se diera tal circunstancia, nos remitimos a la lección número 2 de este tratado, donde ya quedaron expuestos algunos consejos acerca de la motivación, factor vital y determinante para conducir y concluir exitosamente este propósito. ¡No hay tarea que se resista ante una buena motivación, capaz de disolver todo tipo de trabas, ya naturales, ya artificiales!
No olvides tener sumo cuidado con las ideas que expones, pues éstas cuando penetran en la mente del receptor, sujeta a su situación particular –toda una casuística, por cierto-, en ocasiones generan malas interpretaciones o ambigüedades; asegúrate de que tu mensaje se interpreta correcta y adecuadamente.
Por último, querido amigo, una advertencia; ni qué decir tiene que esto de escribir, ahondando en las comparaciones establecidas que tan sólo una mente inteligente como la tuya puede alcanzar a comprender, provoca adicción. Si esto llegara a suceder, no olvides que una buena retirada a tiempo es mejor que ser tildado de impoten...
Mil gracias por tu inestimable atención y receptividad. Confío en que estas pautas elementales te sean útiles a lo largo de tu camino por el “Arte de escribir”. Anímate, no es tan difícil. ¿Te atreves a intentarlo?

miércoles, 29 de julio de 2009

EL ARTE DE ESCRIBIR: LECCIÓN 2


Estimado lector:

Como lo prometido es deuda, he aquí la segunda entrega de este apasionante arte de escribir. Hoy voy a enseñarte las múltiples ventajas que posee y lo muy beneficiosa que resulta para la salud, tanto física como mental.
Comenzaremos analizando los beneficios físicos que reporta la práctica de esta actividad; así, y redundando en la comparación ya establecida en la lección número 1 entre este arte y el sexo, disminuye el estrés, contribuye al desarrollo de los músculos que intervienen como instrumentos de la acción, mejora enormemente la circulación sanguínea y proporciona un bienestar interior único. Entre los beneficios psicológicos, no te puedes imaginar cuán liberadora puede llegar a ser esta tarea; las tensiones y angustias que moran en el fondo del alma se alivian una vez impresas éstas en el papel y es así como escribir puede llegar a desempeñar esa función catártica tan bien recibida por el espíritu del sujeto que las alberga en su interior. Es por ello por lo que contribuye a un mayor autoconocimiento del individuo, pues se hace necesaria previamente la introspección del sujeto en sus sentimientos, emociones e ideas.
¡Y qué decir de las muchas facultades comunicativas que contribuye igualmente a desarrollar! Así, al igual que el sexo, mejora la comunicación entre los participantes en el acto; una comunicación fluida entre los participantes que intervienen afianza los lazos interpersonales, produciéndose entre los mismos un vínculo muy estrecho. Asimismo, el desarrollo de las habilidades lingüísticas conlleva un aumento significativo de la creatividad del individuo.
Como todo en la vida, no sólo en el sexo o en esta ardua tarea de escribir, es necesario hacer diversas pruebas y borradores, así como múltiples ensayos y autocorrecciones hasta dar finalmente con el modelo definitivo que será puesto en práctica; dicho modelo dependerá exclusivamente del gusto de los consumidores. En consecuencia, la capacidad crítica del individuo, así como su nivel de autoexigencia, se verá incrementada de manera vertiginosa. Una vez fijado, memorizado y aprehendido ese esquema definitivo, ya todo es cuestión de aplicarlo; cuanto más lo practiquemos, mayor dominio tendremos del mismo y tanta mayor la destreza que habremos adquirido.
La mejor recompensa: la satisfacción personal del trabajo bien hecho una vez concluida la actividad que nos ocupa. Bien, estimado lector, finaliza aquí esta segunda entrega del arte de escribir, pero amenazo con una última para que puedas perfeccionar tu técnica.

martes, 28 de julio de 2009

EL ARTE DE ESCRIBIR: LECCIÓN 1


Estimado lector:

Pretendo en estas líneas esbozar algunos consejos útiles para todo aquel inexperto que desee aventurarse en estas lides de la escritura. En primer lugar, hay que tener una razón u objetivo para ello; a continuación, trataríamos de desarrollar el tema que nos ocupa. Bien. Esto de la palabra es como el sexo o comer pipas: todo es cuestión de empezar, que es lo que más cuesta, pero después, una vez metido en faena, todo viene rodado, de modo que ya no se puede parar (hay quienes incluso llegan a hacerlo de forma totalmente mecánica, rutinaria o automatizada). Para obtener éxito en tu empresa, es fundamental mantener en todo momento una buena motivación, esto es, tratar de evitar que decaiga el interés en los asuntos tratados a fin de que el “ejercicio” discurra de manera fluida. Otro factor determinante que garantiza la satisfacción de este quehacer es sin duda el ritmo, cuestión en la que hay opiniones diversas, pues para algunos un ritmo constante, ya sea pausado o ágil, proporciona un gran placer en esta ardua tarea, mientras que otros prefieren variar dicho ritmo de vez en cuando, introduciendo algunas variantes que amenicen la labor. Qué duda cabe de que lo más importante es siempre hacer y decir lo que uno quiere, pero es aún mucho más placentero si además se divierte con ello, como yo estoy, por ejemplo, disfrutando ahora mismo con este discurso que espero sea ilustrativo incluso para mentes masculinas. Tómese ahora, querido lector, algún tiempo para reflexionar e interiorizar estos pequeños consejos, que seguro lo necesitará. Próximamente la segunda lección de este arte tan apasionante de escribir.

jueves, 23 de julio de 2009

ESCAPADA A CÁCERES VII


EPÍLOGO: LA PROMESA

Han transcurrido ya algunos días desde que perpetué en este blog todas las sensaciones y pensamientos que quedaron grabados en mí. Recordarlos me permite revivirlos y mi fascinación por ti, Cáceres, va acrecentándose con cada momento evocado. Has sido todo un hallazgo.

La partida fue amarga; a medida que me alejaba, la nostalgia se iba apoderando de mí. Me invadía la sensación de estar perdiéndome ¡tantísimas cosas que aún me quedan por descubrir! ¡Dejaba atrás tantas esencias que sentía formaban ya parte de mí!

Pero esto no es un adiós, Cáceres, sino un hasta pronto, pues tengo el total convencimiento de que regresaré y tú, nuevamente, volverás a acogerme en tus tierras, deslumbrándome al revelarme todos los encantos ocultos que atesoras. Es una promesa.

ESCAPADA A CÁCERES VI




JORNADA VI: LA RECONQUISTA

Con motivo de la llegada de unos familiares, aprovechamos nuestra novena jornada para acercarnos hasta Cáceres capital y recorrer el centro histórico de la ciudad. Yo ya lo había visitado en otra ocasión en la que Francis, con ese talante tan especial que lo caracteriza, tan suyo, ejerció de cicerone, y ya entonces esta ciudad me sorprendió, pero, no obstante, descubrí cosas nuevas en ella y quedé igualmente maravillada del tesoro artístico y cultural que encierra.

Esta vez la ciudad contaba con animación en sus calles, muy bien integrada ciertamente, tratando de recrear el ambiente medieval de épocas pasadas: compañías de titiriteros, caballeros, nobles, damas cortesanas, mercaderes y taberneros, perfectamente caracterizados, se disponían estratégicamente en distintos emplazamientos del centro histórico para amenizar, aderezada con música de fondo, la visita del viajero, haciéndolo retroceder en el tiempo. Igualmente impresionante es el aljibe, que se encuentra en el Museo de la ciudad, y que constituye el segundo más grande del mundo, al ostentar el primer puesto el de Turquía, el cual espero tener también la oportunidad de conocer el mes próximo. Definitivamente, Cáceres me ha conquistado.

Ambas visitas, por motivos distintos, han sido muy especiales para mí, pues viví experiencias que despertaron emociones y sensaciones que hoy evoco con nostalgia y ternura. ¡Cuántas connotaciones "Cáceres"! Y todas ellas van a marcarme para el resto de mis días. Pero esto ya es harina de otro costal.

ESCAPADA A CÁCERES V


JORNADA 8: LA BÚSQUEDA

Lo mismo que en la séptima jornada pudimos comprobar en la octava, cuando decidimos emprender la denominada ruta 5 de los dólmenes de Valencia de Alcántara, a través de la cual se visitan el Cajirón I y II, el Mellizo y el Data I y II. Aunque las indicaciones editadas en los folletos por Información y Turismo orientan al visitante, éstas resultan insuficientes, pues todos los dólmenes se encuentran ubicados en fincas privadas y además cuentan con una nula protección.

Tardamos algún tiempo en descubrir que existe una escasa señalización, pues ésta se reduce a algunas marcas de pintura blanca y amarilla a modo de franjas que colocan sobre las piedras que delimitan los terrenos particulares, a ciertas banderolas de plástico de pequeñas dimensiones anudadas sobre la vegetación existente por los caminos de la ruta, y a unos mojones de poca altura ubicados en los lugares más próximos a los dólmenes que presentan unas flechas esculpidas, apenas visibles, indicando la dirección de los mismos. Así pues, el recorrido hasta dar con ellos se convierte en toda una tarea detectivesca, pues se hace imprescindible ir recabando pruebas durante el paseo, campo a través, ya que los caminos son estrechos, de terrizo y poco recomendables para ser transitados con nuestro vehículo, eso sí, dignos de espíritus aventureros y emprendedores.

ESCAPADA A CÁCERES IV


JORNADA 7: LA AVENTURA

Algo similar a la quinta jornada nos sucedió en la séptima. Esta vez el objetivo consistía en llegar a Santiago de Alcántara para visitar, además de las preceptivas iglesias del centro urbano, un núcleo de interés histórico y natural en el que se concentraban tres emplazamientos: un mirador, desde el que se podían observar panorámicas de dehesas y montañas, así como admirar el majestuoso vuelo de buitres y águilas, la Cueva del Buraco, que alberga en su interior pinturas rupestres, y un conjunto de dólmenes, conocidos con el nombre de Lagunita I, II y III, todo ello sito a unos 2 Km del propio pueblo.

Lo primero que nos llamó la atención fue la escasa señalización de estos lugares, pero, pese a todo, nuestro interés superaba las dificultades. Tras algunas averiguaciones, logramos encontrar el sendero que nos conducía hasta el mirador, pero, cuál no fue nuestra sorpresa cuando nos vimos en la necesidad de transitar por un camino de aproximadamente 2,5 Km, con una pendiente prolongada que variaba entre el 8% y el 15%, lleno de tierra y pedruscos capaces de poner a prueba la tracción y la amortiguación de nuestro vehículo. Al culminar la subida, el espacio para dejar estacionado el vehículo era tan reducido, que nos imposibilitó maniobrar para darle la vuelta al coche y nos vimos obligados a hacerlo, no exentos de muchas dificultades, sirviéndonos de la marcha atrás. No quiero ni pensar qué habría sucedido de habernos cruzado con otro vehículo en sentido contrario o de habernos encontrado en la cima de la montaña con otro allí estacionado, pues el espacio habría sido insuficiente para ambos.

Para acceder a la cueva, cuyo sendero habíamos dejado a la derecha en nuestro ascenso hasta el mirador, optamos por no arriesgarnos a mover el vehículo, dada la estrechez del camino, y dejarlo inmovilizado allá en las alturas, por lo que iniciamos nuestra ruta a pie. ¡Qué aventura! Tras la bajada inicial, nos aguardaban subidas prolongadas de hasta un 15% a lo largo de unos 2 Km, pero la ilusión por descubrir ese espectáculo natural nos alentaba y hacía merecedero el esfuerzo. Sin embargo, la desolación nos embargó cuando descubrimos que la cueva era intransitable, pues la entrada estaba acorazada por una enorme cantidad de insectos que acudieron a darnos la bienvenida en tropel. A todo ello se sumaban la osuridad total en la que estábamos sumidos y la falta de señalización e información acerca de la misma, circunstancias que convirtieron esta empresa en misión imposible, así que tuvimos que resignarnos y conformarnos únicamente con la visión de la entrada. No obstante, y a pesar del desánimo con el que tuvimos que afrontar nuevamente esos 2 Km en el camino de regreso, la experiencia fue satisfactoria y gratificante.

Alentados por la proeza lograda, emprendimos una nueva caminata, de aproximadamente 2 Km también, aunque esta vez en llano, para disfrutar de la ruta de los dólmenes. Resultaba escandalosa la indefensión de todo este patrimonio, pues los tres dólmenes se encontraban expuestos, sin ninguna protección, a cualquier atentado de algún desaprensivo.

ESCAPADA A CÁCERES III


JORNADA 5: LA SORPRESA

La quinta jornada la afrontamos con mucha ilusión. A medida que nos adentrábamos en esas rutas de dehesas, iba creciendo nuestro entusiasmo por llegar hasta Cedillo, último pueblo del suroeste de Cáceres, limitando ya con Portugal; allí nos aguardaba el espectáculo natural del Tajo Internacional, llamado así porque en esta zona fronteriza confluyen las aguas de los ríos Tajo y Sever. El acceso únicamente estaba permitido a pie, pero no dudamos ni por un momento en emprender la marcha de aproximadamente 3 Km, pese a la falta de señalización y acondicionamiento del terreno o a la pendiente del camino; nuestro objetivo bien merecía la pena. Lástima que esta localidad carezca de la adecuada explotación turística por parte de la Junta de Extremadura; tan sólo en ella se albergan veintitrés dólmenes, los cuales están sitos en fincas particulares cuyo acceso está bastante dificultoso si se desconoce el terreno. Tanto es así, que incluso para los propios habitantes de Cedillo la existencia de estas primitivas joyas arquitectónicas, de interés etnográfico, permanece oculta.

miércoles, 22 de julio de 2009

ESCAPADA A CÁCERES II




JORNADA 4: EL CAUTIVERIO

La siguiente jornada nos condujo hasta Plasencia siguiendo la carretera nacional. El paisaje natural fue todo un hallazgo, pues además de páramos extensos habitados por águilas, milanos y buitres que planeaban sobre nuestras cabezas, pudimos deleitarnos con embalses y ríos a los que acudían otras aves, tales como cigüeñas o garzas. Pero la fauna no se limitaba a ésta: ciervos, a ambos lados de la carretera, así como reses autóctonas de la región, se pueden admirar por doquier.

Plasencia, sencillamente, me cautivó. El acceso al casco histórico está delimitado por una muralla, que rodea toda la ciudad, así como por el río, que la bordea formando parajes espectaculares; esa estampa de los sauces acariciando ambas márgenes del río a su paso por el Puente de San Lázaro, el sol reflejándose en el agua, cuya quietud sólo alteraban esas cascaditas de piedras de escasa altura, y el convento que da nombre al propio puente allá al fondo, quedaron grabadas en mi retina. Casas palaciegas, la Catedral, el Palacio de Justicia, el Ayuntamiento, el Parador, la iglesia de San Nicolás, la de San Esteban o las puertas de la ciudad... ¡es que mires donde mires respiras historia, medievo, y es un auténtico bombardeo para los sentidos!

Claro que ese paseo por la ciudad, recorriendo los rincones más emblemáticos, bien merece un alto en el camino para reponer fuerzas. Siguiendo las recomendaciones de fuentes fidedignas, un contraste de pulpo, elaborado de un modo muy particular, al estilo cacereño, y un bacalao con una salsa confitada de pimiento de la Vera, acompañado por un vino de la tierra, fue todo un acierto en la elección. Pero lo mejor llegó con el postre, de nombre cuanto menos curioso: "Muerte por chocolate", una tarta con hasta seis texturas diferentes de chocolate. Os aseguro que se sobrevive.

ESCAPADA A CÁCERES I




PRELUDIO Y JORNADAS 1 Y 2: EL TIEMPO

Pasando unos días de vacaciones en una pedanía próxima a Valencia de Alcántara, provincia de Cáceres, tengo la sensación de que el tiempo parezca estar detenido. La primera noche, una vez apagadas todas las luces del caserón, el cual cuenta con la nada desdeñable cantidad de siete habitaciones distribuidas en dos plantas, así como dos patios rodeados de una extensión de terreno que parecía haber sido antaño un pequeño huerto, me sumí en un profundo silencio; un silencio que trascendía lo físico para aproximarme a un misticismo comparable al que experimentaron en su tiempo aquellos hombres dedicados a la vida retirada. Invadida por la soledad, tuve el privilegio de contemplar cómo los rayos de una hermosa luna llena refulgente inundaba la estancia en la que me disponía a dormir, al tiempo que los sonidos de la noche invadían el eco de aquel apartado lugar: los grillos con su cantar, el aire meciendo las hojas de los naranjos y los cencerros resonando en la lejanía. Todo un paisaje romántico que habría inspirado al mismísimo Bécquer o habría hecho levitar al propio San Juan de la Cruz. Sólo algún que otro desaprensivo del asfalto osaba violar aquella paz nocturna.

A la mañana siguiente nos dispusimos a emprender una excursión al pueblo de Alcántara, donde se encuentra ubicado un puente romano del siglo II franqueado por una torre, un arco y un templo. ¡De cuántos eventos no habrá sido testigo este conjunto monumental! ¡Cuántos viajeros no se habrán detenido ante este retazo de la historia, cada uno con sus circunstancias, inmerso en su mundo personal, en su microcosmos! Pero ellos permanecen ahí, inmóviles, contemplando erguidos cada una de nuestras historias personales, dando testimonio del devenir del tiempo, que trascurre para nosotros, los mortales, mientras parece permanecer detenido o suspendido para ellos, anclados en el pasado, ajenos a esa célebre frase de Heráclito "todo fluye, nada permanece". ¿Y qué decir del Convento de San Benito? Siempre me han fascinado los claustros conventuales; la paz que emanan inunda el espíritu; el alma inquieta encuentra su anhelado descanso cuando descubre el silencio que irradian parajes como estos y que la aproximan a la esencia de las cosas, empezando por la conciencia de sí misma.

Decidimos traspasar las fronteras de nuestro país en una segunda jornada viajera para visitar un pueblecito de Portugal llamado Marvao. Lo primero que decubrimos al llegar fue que la localidad se encontraba rodeada por una muralla; sus calles, por las que transitamos pese a las empinadas cuestas y al pavimento adoquinado, destacaban por su tipismo en la construcción: cal blanca y puertas y ventanas adinteladas, toda una ciudad de regusto medieval cuyas calles concéntricas conducían hasta el castillo, a cuyos pies yacía un bello jardín francés. Era tentador dejar volar la imaginación: callejones por los que discurrían caballeros de antaño envueltos en sus armaduras o sus capas, el trote de los caballos acudiendo prestos a defender la ciudad al aviso de la guardia, o ese silencio de la noche transgredido por el "¡agua va!". Una estampa del pasado.


martes, 21 de julio de 2009

LA PACIENCIA


En esta vida hay que ser paciente; es una mera cuestión de supervivencia. Pasamos gran cantidad de nuestro tiempo diario esperando: una llamada de teléfono, el turno de la compra, diferentes gestiones administrativas, el inicio o el final de nuestra jornada laboral, la llegada de nuestro transporte público... La espera es una actividad connatural al ser humano que regula nuestro comportamiento en sociedad, y ¡ay de aquel que no sea capaz de aguantarla con paciencia, porque esa actitud podría acarrearle serios problemas, no sólo con él mismo, sino también con aquellos que le rodean!

Todos nuestros actos, tanto individuales como sociales, vienen determinados por una espera, desde el momento en que plantamos el pie fuera de la cama, hasta ese bendito instante en que cerramos los ojos para conciliar el sueño con la satisfacción del trabajo bien hecho y de todas las expectativas cumplidas. Si queremos desayunar, hemos de esperar a que suba el café y se tueste el pan en el que poder deslizar posteriormente la mantequilla o expandir ese magnífico aceite de oliva de nuestra tierra. Si queremos darnos una ducha reconstituyente, habremos de esperar que salga el agua caliente que rebajaremos con la tonificante fría. Si pretendemos almorzar, se hace necesario esperar a que la comida se haga o bien se caliente en el indispensable microondas, más acorde con el ritmo frenético que impone esta vida moderna. Si decidimos quedar con alguien para mantener una charla distendida en la que desahogarnos de todas las angustias que imponen las obligaciones diarias, se hace imprescindible aguardar su llegada hasta el feliz y ansiado encuentro.

Pero hay más aún. ¿Os habéis parado a pensar que la espera está omnipresente en una actividad tan básica e interiorizada como la interacción verbal? ¿Cómo si no entendernos con los demás, más que aguardando a que concluyan sus respectivas intervenciones durante el turno de palabra? Y sólo una vez finalizado éste estaremos en disposición de replicar, confirmar o manifestar cualesquiera de las emociones que la maquinaria cuasi perfecta del lenguaje pone a nuestro servicio. De no efectuarse así la interacción, seremos tildados, con toda la razón del mundo, de groseros o, más moderadamente, poco corteses; se nos acusará de infringir una de las máximas de la conversación, esto es, la cooperación. Así pues, más vale tomarse esas esperas con filosofía, so pena de sufrir estrés, ansiedad, y demás efectos derivados de la impaciencia, amén de quedar relegado a un marginado social porque no soportan nuestros nervios descontrolados.

Por cierto, ha sido la espera en la estación de autobuses de Plaza de Armas, un mediodía de un 9 de julio, la que me ha inspirado esta reflexión que escribo al dictado de mis impulsos CONTROLADOS. Ya está aquí el bus, así que os dejo, no vaya a ser que me quede en tierra y tenga que esperar al próximo, porque también la paciencia tiene un límite.

lunes, 6 de julio de 2009

UN APERITIVO DE LAS VACACIONES


Todas las historias tienen un principio, así que esta no va a ser menos. Bienvenidos al estreno de mi andadura por la web, un camino que emprendo coincidiendo con el pistoletazo de salida del período vacacional, precisamente en una de mis muchas incursiones por tierras gaditanas. Y es que Cádiz es mucha Cádiz; todo es percibir nuestros delicados oídos la propuesta de pasar allí unos días, y empezar a retumbar en nuestro cerebro música celestial, porque la diversión y el ritmo frenético están garantizados: ¡Venga, chica, vete preparando que da comienzo el maratón de Cádiz!

Lo primero es poner a punto el equipaje, así que nos encaminamos hacia el armario en busca del macuto rojo; el pobre ha dado tantos viajes ya a Cádiz que cuando me ve revolviendo las perchas, soltando y cogiendo ropa, plantándome allí delante pensativa e indecisa, me parece escuchar una risa sarcástica -¡So infeliz, desgraciada!, ¿pero qué haces?, si al final siempre te llevas lo mismo, ¿quieres que te vaya indicando las prendas que vas a guardar?, ¡a ver si aprendes ya de una vez!, ahora seguro que viene la falda vaquera, ya verás, ohhh, míralo, "pa dentro", anda que me he equivocado bastante.- Bueno, al fin, primera prueba superada. Ahora toca la bolsa de aseo, o, lo que yo llamo, el botellismo, porque vaya la de botes con los que hay que ir acarreando: que si el champú, el gel, el equave del pelo, los protectores solares, para el cuerpo y para la cara, la laca, la espuma del pelo, el aftersun, la crema hidratante, el desodorante... agggg, todo un arsenal de plásticos como munición playera. Bien, ya pasó lo peor, porque al menos ya no hay que marearse en pensar qué vamos a echar de menos, cosa que siempre sucede por muchas cábalas que hagamos, así que asumamos que nunca lograremos hacer el equipaje perfecto.

Llegó el momento de la ducha, aunque antes habrá que luchar con la maquinilla en la dura batalla depilatoria; ¡qué cruz tenemos las féminas! Repasados los rincones más inhóspitos, y esos especialmente de manera más concienzuda, ya estamos en disposición de emprender la marcha hacia nuestro destino, pues finalmente la odisea de todos los preparativos ha concluido con éxito, aunque eso sí, estamos agotados.

Los aires gaditanos han tomado posesión de nosotros y nos arrastran con tal intensidad, que resulta inútil cualquier esfuerzo por resistirse, así que lo mejor es dejarse llevar por la atmósfera festiva que nos envuelve. Para empezar, unas cervecitas acompañadas por un tapeíllo variado a base de pescaíto frito (ummm, ese olorcillo a cazón adobado o a chocos fritos), un auténtico reconstituyente después de la jornada playera; ¿y qué tal otra cervecita en otro garito? Claro, ¡cómo resistirse a esa tentación! Bueno, y quien dice una cervecita, dice dos, o tres, o, ¡qué más da! Y de postre, lo mejor será una tarrinita de helado preferiblemente de tarta de queso: perfecto.

Y si no queremos playa, hay muchas otras opciones: llegar hasta Puerta Tierra y pasear por el centro, saborear esas ortiguillas fritas en el mercado, disfrutar con la vista de la playa de las mujeres, un rinconcito encantador por el bucolismo que depierta en aquellos ojos que la contemplan, especialmente durante la puesta de sol, degustar el auténtico chicharrón de Cádiz en el Manteca adentrándonos en el barrio de la Viña, recorrer esas callejas del barrio del Populo impregnadas de ecos medievales. O esos cubatitas en el Flamenco, ya durante la hora vespertina, ya más entrada la noche mientras suena el rompido de las olas que se vislumbran tenuamente iluminadas; la entrada en la Bahía de Cádiz acompasada por el vaivén del vaporcito; las pizzas de Francesca... ¡son tantos los recuerdos que me evocan estas líneas que escribo! ¡Cuántos itinerarios he recorrido y cuántas experiencias he vivido durante auténticas jornadas maratonianas! Y de todo ello, con lo que me quedo sin duda alguna, es con la compañía. Gracias a todos los que habéis compartido conmigo estas vivencias, porque el grato recuerdo que conservo de ellas os lo debo a vosotros. Ahora, disponed vuestros ánimos y ¡a la conquista de Turquía! Que tiemblen la Capadocia y Estambul.